*Este texto fue el primer mini relato que escribí, mandándolo a un concurso de una revista de motos custom en el cual pedían escritos sobre accidentes en motocicleta que no tuvieran un final lúgubre ni escabroso, así que escribí la anécdota que escuchase tiempo atrás a a Pedro un amigo de juventud que le ocurrió, con las licencia s que permiten al que escribe le di un toque humorístico, cabe decir que gané el concurso, aún recuerdo la sensación de ver mi nombre al publicarla y un par de meses después en el resultado de del mismo como ganador, así como cuando llamé y me felicitaron los de la redacción, me enviaron el premio: una cazadora de cuero Schott que todavía conservo y que me estaba pequeña.
Después construí un personaje y una historia alrededor, más personajes e hice una novela sin tener nociones literarias y así fue como escribí «El viaje de su vida», por circunstancias acabé publicándolo pero con otro nombre y con muchos cambios pasó a ser «Tiempo de carretera». Este fragmento es del primigenio, se notan muchos fallos, gazapos, algunos excesos y carencias que he decidido conservarlos para dejar patente la diferencia, tal vez no sea de lo mejor de mi mediocre «producción» pero fue el pilar de todo lo que ha venido después.
Se hacía acompañar del Gordo, aparte de vecino “de toda la vida” y amigo en cierto modo, más bien le parecía ese hermano que nunca tuvo, a veces le trataba como a un niño pequeño, pero eran inseparables pese a todo.
Llámese simbiosis: uno se sentía como una especie de “señorito” y el otro era el “vasallo” que se metía en situaciones en las qué por sí mismo él no pudiese por su aspecto. Se toleraban y complementaban a la vez, no sabían estar el uno sin el otro.
—¡Venga, dinos porqué te llaman “el Longaniza” que hay unas chavalas que bromean con eso y tú “aparato”, tenemos que decírselo y ya no nos acordamos! — Le gritó con sorna, desde la rama de el árbol, uno al que llamaban “Anacleto” y que le hacia la seña internacional de pedir de fumar a la vez.
Ya tenían a punto de caramelo al improvisado locutor, todos lo sabían hasta él mismo.
— ¡Si, va… que lo cuente!— Vocearon todos a la vez.
De mala gana aceptó. No sin antes emitir una leve protesta, que fue pasada por alto por los demás y comenzó:
—Era sábado por la tarde, me había mandado mí “vieja” con quinientas pesetas a comprar longanizas (en este punto siempre se reían al unísono, así como cada vez que el sudoroso narrador pronunciase dicha palabra) a la carnicería de la Plaza, bueno ya sé que no abren por la tarde, pero como nos conocen…cuando hay una “precisión” (risas de nuevo) nos despachan si llamamos por la trastienda. Así que yo iba pensando en mis “asuntos”, ósea “emparrao” dispuesto a hacer el “recao”.
Cuando de pronto me encuentro con mi primo Jorge, que venia de darse una vuelta con un pedazo de moto de la hostia. Una Ossa Yankee de segunda mano, que se había pillado el día de antes en motos Caballero (con duros ya se sabe).
Yo alucinando y babeando a la vez, sí la envidia fuera tiña…
Me vino un momento de inspiración divina y se me ocurrió pedirle una vuelta, no sin antes hacerle un poco la pelota y ya sabéis como funciona esto, hay que tener mucha mano izquierda, saber escoger el momento y echarle morro.
Bueno también es mi primo y lo tenia fácil. Es de dominio público que nadie deja las cosas de montar así como así. Pero la familia tira…
Cuando me doy cuenta estoy subido en la “burra” sintiendo el bicilíndrico de quinientos en los “güevos”. Bien, meto primera ¡CLONK! y desembrago despacio (no era plan de hacer “el cabra” delante del primo) mientras oigo a aquél gritar que tuviera “cuidao” y me digo: de eso ya tengo.
Qué gozada, las marchas van entrando y saliendo una tras otra como si de un avión se tratase, esto no es el Vespino de mi hermana. De que me doy cuenta estoy en la General camino de Liria
Adelantando un camión “macuerdo” de lo de las longanizas (risas) y pienso en una carnicería que hay en un pueblo, a unos quince kilómetros que las hacen caseras y son un regalo “pal” paladar, y allí que me voy. Me presento en la puerta vacilando de moto.
Hago la compra y cuando me voy a subir me doy cuenta de que no puedo llevar el paquete y conducir a la vez.
Respiro hondo y pienso lo que pienso y me abro la camisa y me pongo el paquete dentro, abrocho un par de botones y arranco, salgo del pueblo y cuando me voy a incorporar a la carretera general me pasa un “tío” a un palmo, que me dá un susto que “pa qué”, casi me caigo de la impresión.
Diciéndole más que a un perro, me doy cuenta que me hace la señal de la rana (esta señal aunque le llamen de ese modo era conocida por todo los motoristas de entonces, como la señal de picarse.)
Como a mí me han enseñado, que cuando un “menda” se te pone delante con una moto y estira varias veces la “pata” hay que ir a por él y por todos los medios adelantarlo, es como los toros y los trapos rojos, así son las cosas.
Bueno, le estrujo a la Ossa y la pongo a tope, que dicho sea de paso menudo embrague se gasta la “hijaputa”, sí lo llevase en la derecha más de uno tendría la mano rota después de chocarla con su dueño. Eh, que se me va el hilo… me acerco al “capullo” por detrás y le paso llevándome en el manillar las pegatinas de Bultaco a la Striker de 125. Pienso en la cara de susto que se le quedaría al “pavo” y me gustaría verla por el retrovisor pero lleva casco, da igual ya no lo volveré a ver más, mientras se va haciendo pequeño en el espejo. Estaba “equivocao” por suerte o desgracia le iba a ver bastante, no era otro que: Pepe, “El Largo de Paterna”. Ya sabéis como nos conocimos….
Allí estoy yo, mirando como se alejaba por el retrovisor “El Largo” y de pronto la moto vuela, sí, vuela pero de verdad. Noto que no hay suelo debajo de mí, la moto y yo estamos volando en milésimas de segundo, malditas curvas.
En esos cortos momentos pasa todo tan rápido que sólo me dio tiempo a agarrar fuerte el manillar mientras tanto el campo de naranjos se hacía grande en mis “morros”.
Como todo lo que sube baja gracias a la ley de la gravedad. Yo aterricé, nunca mejor dicho, pues me harté de tierra ya que la moto se quedó “clavá” por la horquilla y yo salí “disparao” por encima, como esos vaqueros americanos de los rodeos que intentan montar un toro. Tal vez fuese la centrifuga o solo mala leche, pero seguía volando hacia un gran charco, por suerte el ángel de la guarda se preocupó de regar el maldito campo… sino igual no lo cuento.
Aterrizo por fin en el barro de morros, mientras oigo pasar al de la Bultaco a partir de ahí pierdo el conocimiento.
Me despiertan voces diciéndome que no me mueva (no sé dónde me iba a ir como estaba) y yo seguía boca abajo, me acordaba del casco de mi primo y lo bien que me hubiese ido llevarlo puesto, pero se quedó en su codo cuando me subí a la moto, me hubiera “ahorrao” una “pasta” en dentistas.
Llegaron unos de la Cruz Roja y me incorporaron después de ver que estaban mis “güesos” de una pieza.
Al ponerme en pie y girarme, los tíos se ponen a berrear y salen por pies yo intento seguirles pero entre el barro y el “piñazo” no corro como ellos, a duras penas llego a la cuneta y dos “picoletos” de tráfico se ponen histéricos, un señor de gris vomita, los sanitarios y el Largo me miran con los ojos muy abiertos y gritan que tengo las tripas fuera.
Y chavales: LAS TRIPAS ERAN LAS LONGANIZAS.”
-“ja, ja, ja”, se descojonaron todos como si fuese la primera vez que oían el relato pero siempre ocurría lo mismo. Aunque Juanito añadiese, sustituyese u omitiese cosas a su antojo el resultado siempre era el mismo: la sonora carcajada de sus compinches.
Foto de Raul Corrado en Pexels