Sucedió en cualquier “leonera”.

—Ya estoy en marcha… comienzo despacio… es mejor. Hoy llevo un buen “pepino”, un logro del diseño italiano, 190 horses le dan el brío necesario al motor, lástima que esté fijado a un chasis que se retuerce como una anguila.

Ahí viene el primer viraje como vamos tomándonos el pulso ambos y no es cuestión de salirse en la primera curva, sería un error de pardillo, añadir que los neumáticos todavía no estarán calientes.

Los frenos como siempre: escasos y de un tacto algo esponjoso. Aunque la suspensión es dura como el hierro y parece que la moto va sobre raíles. Menos mal.

Salimos en busca de una gran recta y subo de marchas “sin conocimiento”, siempre dentro de la línea roja del cuenta revoluciones, se queja por el escape y los equinos relinchan que da gusto.

Todo se acerca a mí rápidamente y la calzada se hace una V, voy sentado en un pequeño avión a ras del suelo.

— ¡Leches…!—de pronto un susto, cómo no, un rayo verde pasa junto a mí quitándome las pegatinas y se coloca delante, algo se le ha atrancado a la Kawasaki Ninja.

Un curvón a izquierdas se encarga de que no se escape la velocidad punta en recta luego hay que demostrarla en el paso por curva. Le hago un buen interior, noto como rozan las estriberas… y el escape.

Vienen varías eses enlazadas. Hago las dos primeras de manual y la tercera acorto, la paso recto, al acabarlas me giro y la mancha verde está bien lejos… es hora de ver cuánto arrea de verdad este bicho made in Italy con las revoluciones por arriba y los cambios al límite,  parece que de un momento a otro nos vamos a desintegrar… pero de algo hay que morir.

Repentinamente un avión amarillo me adelanta por la derecha como sí no hubiera día siguiente y no puedo cogerle rebufo y menos seguirla.

— ¡…es el de la maldita Suzuki GSXR 1300R Hayabusa sobrealimentada de color piolín!

Mi motor chilla cabreado pero no da más de sí dándome por un momento la impresión que son jamelgos los equinos de lo habitan mientras la moto que se escapa los lleva de hipódromo.

Un poco decepcionado cierro unos milímetros el gas no sea que gripe el “corazón» de mí vehículo, y justo en ese momento tres misiles tierra- tierra deciden pasar a mi lado sin tocarme por pelos.

Dos son rojos y uno blanco, un cóctel veloz de fresas y nata: un par de Hondas gemelas y una BMW de mala leche germana, siguen a la “busa» como sí les debiera dinero.

Me veo a como sí jugara en otra liga y no hay color entre ellos y yo, pero aprovecharé mis cartas. Nueva curva y a una de las siamesas se le ha atragantado, un recto y talegazo de impresión.

— ¡Pobre, “a veces dicen que no entran y no lo hacen”, decía aquel viejo campeón!

No tengo la aspiración, aún, del rebufo mejor no hablar, pero voy arañándoles distancias, tengo que pasarlos voy un poco colado.

El puerto se divisa allí arriba, estos no reducen velocidades, llega la pendiente tras un falso llano, van de sobrados y terminan pagándolo yo llevo más par motor y supero a ambos con extrema facilidad en lo que es un error de novato, mientras bajan marchas con las motos muertas.

— ¡Estos querrán vengarse!

Hay ante mí una serie de horquillas de subida son bastante desagradables con sus cortas rectas y las cerradas en forma de U que no permiten hacer milagros, trabajo extra para embrague y frenos, y eso que no es en bajada, ojo.

Escucho los escapes de nipones y bávaros gruñir en mi cogote como sí de podencos se trataran en pos de una supuesta liebre.

Aquí no hay lugar para adelantar y lo deben pasar igual de mal que yo. Salgo del último codo: ni rastro de la “regordeta yellow”, acelero y detrás van mis perseguidores, nuevo vistazo: les he sacado unos 100 metros, pero eso no es nada.

—Corono el puerto y veo la Amarilla Suzuki Hayabusa aparcada en el parking del restaurante, la meta está cerca en unos segundos estaré ahí… voy a llegar… el 2° puesto es mío,  ya estoy… llego… ya está…

— ¡Nene apaga ya la “Plaiesteinson» y vete a cenar, que está la mesa puesta!

— ¡Mierda!

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