La ballena varada.

Una entrevista peculiar.

Allí le tenía, frente a mí. Con la cabeza gacha miraba su copa de brandy tal vez poniéndose en comunión con el líquido marrón.

Inmóvil y callado se quedó largos minutos, desde que nos presentamos. Pareciendo que la pausa aquella le sirviese para coger carrera o puede que estuviese buscando palabras.

Y por fin arrancó.

—¿Sabes qué? Estoy arruinado…

Pensé que aquella frase lapidaria daría al traste con aquella entrevista tan extraña.

Continuó.

— ¡Es más… lo estoy por circunstancias ajenas a mí!—sentenció.

Creí que aquélla disculpa sonaba a excusa barata.

Nuevo silencio que el señor aprovechó para darle un “tanganazo” a su bebida, dejándola casi vacía, y haciéndole una seña con el pulgar al camarero para que la rellenará sin dilación.

—¡Circunstancias dicen, yo les llamaría “contingencias” para ser más exactos, hay que usar el léxico adecuado, sí no todo se va de madre!— aclaraba mientras no perdía de ojo al serio barman que escanciaba el espirituoso en el recipiente.

—Cuénteme esa discrepancia.

Nuevamente se hizo el silencio en la mesa.

—Soy hijo y nieto de industriales, desde tiempos inmemoriales nuestros productos han estado en el mercado nacional e internacional. Todo el mundo conocía nuestras manufacturas. Con el tiempo fuimos adaptándolos a las necesidades del público según las épocas. Mi abuelo ya innovó al ponerle unas varillas de hojalata a un bastón y coserle un trozo de gabardina. Había imitado el famoso “le paraplúie” francés, más tarde vendría el sistema de plegado de costillas del prototipo inspirándose en las bisagras de una puerta, y empezó a fabricarlos en serie, ya nadie se quería mojar los días de lluvia, incluso era un complemento de elegancia y distinción.

Paró nuevamente y vació el contenido de un sorbo, reclamando nuevamente su relleno con avidez.

El camarero estaba en ello cuando le dijo que dejara la botella que le traería más cuenta no hacer tanto viaje.

—Entonces, su abuelo fue el pionero en este país.

—Si, claro los famosos Chuzo… No sé si se acuerda de la publicidad de entonces: “Abra un Chuzo y ríase de la lluvia”… —canturreaba una melodía pegadiza—y mí padre continuó con la tradición, ya mecanizó la manufactura añadió colores al impermeable incluso dibujos, también enviábamos por todo el mundo nuestros paraguas. Él tuvo que lidiar con la competencia en los años ochenta de aquellos nuevos llamados “plegables” que todo el mundo quería tener uno porque cabían en cualquier sitio, incluso hubo que luchar con la competencia que no era otra que los que traían de Canarias y Andorra tirados de precio.

Paró para tomar el resuello, aunque parecía que era más para volver a beber. Y se la llenó nuevamente mientras suspiraba.

—Y  en los 90 usted tomó las riendas de la empresa…—le aseveré echando una ojeada a la documentación que llevaba—Concretamente en 1992 ¿fue así?

Echó una mirada de soslayo al licor ya era algo personal entre él y aquel tres cuartos gaditano.

—¡Claro hombre! Yo conseguí que además del logro de mi progenitor de colorearlos, hacer estampaciones con dibujos, vamos el personalizar cada modelo sí era preciso, también abaraté costos introduciendo el plástico. Por aquel entonces no había una persecución de ese material como ahora.

La frustración iba en aumento en sus palabras.

—Entonces… ¿Sabe usted cual fue el motivo de la quiebra de su negocio?

Aquel silencio fue duro. No bebió.

—Lo fácil sería echarle la culpa al tiempo, la climatología actual y el manido cambio climático, que también tendrá su parte de culpa. Pero ha sido la sociedad está la que le ha dado la puntilla, los malditos chubasqueros e incluso la sudadera con capucha, la gente joven se moja ponen cara de estreñidos en los semáforos pero no agarran un paraguas ni por saber morir, con el añadido que es un objeto olvidadizo y una vez que pierden uno no van a la oficina de objetos perdidos a por él, tienen más stock que yo en mi almacén. Así pues reconsideran gastarse el dinero en adquirir una cosa que van a usar puntualmente y con posibilidad grande de extraviaron, entonces se harán el dinero en otra cosa, es cuestión de prioridades. Como cosa curiosa tenía un cliente que estaba metido en el mundo de las carreras de coches y motos pero al final se ha ido perdiendo la imagen de “la paragüera” y el tipo también ha desaparecido.

—Según usted ha sido el costumbrismo social el que ha dejado obsoleto su oficio como otros tantos.—Añadí.

—Como ve no he nombrado el país oriental que nos cuela todas sus manufacturas a precios sin competencia y una calidad pésima.

Tras esta frase vertió todo el contenido del destilado bebiéndolo a continuación y levantándose de una.

Yo di por terminada la entrevista.

Se volvió y me dijo:

—Mi primo Crescencio lo tiene peor:

Una fábrica de calcetines, ya le fastidiaron con la moda esa de esos tobilleros que nada más cubren el pie. Vivía como dios desde aquello de los blancos deportivos o de tenis, se compró un chaletazo y un coche alemán.

Ahora ya no usan calcetines incluso en invierno, el pasado verano casi a punto de cerrar va y se ponen de moda unos que llegan a la rodilla. Esto es de locos.

A veces me gustaría que mi familia se hubiera dedicado a fabricar ataúdes.

¡Hasta luego!

Así se despidió, al llegar a la puerta sacó una petaca del bolsillo con desvergüenza bebió de ella.

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