Aquí me encuentro cansado, empapado y algunos adjetivos más acabados en “ado” esperando que acabe el diluvio universal segunda parte.
Tan cerca de casa que podría casi tocarla con la mano y esto no tiene pinta de parar. Al menos esa ha sido la tónica de los últimos 500 kilómetros.
Tras dos semanas en lugares donde el rigor del clima es más extremo que donde vivo y siempre acompañados de un tiempo maravilloso (para lo que es habitualmente aquellos lares) sin ninguna avería que reseñar, ni problemas físicos en todo el viaje, fue llegar a cruzar la frontera y ponerse a jarrear sin darnos tiempo a ponernos los impermeables. Habíamos disfrutado de lo que viene a ser un viaje en moto con todo amplio significado, eso sí cuando todo sale a la perfección.
Hace un centenar de kilómetros que paré a repostar y mi sorpresa ha sido que el vehículo que me precedía era un automóvil con un faro fundido, y yo creía confiado que me seguían mis compañeros pero no fue así.
Esperé un tiempo prudencial y pensé en ir a buscarlos, pero una vez ya tuve una situación así e hicimos el doble de kilómetros buscándonos unos a otros.
Así que paro en una gasolinera desierta como un Sahara en medio de la nada. Además mi teléfono estaba descargado, tras un “ratillo» de búsqueda encuentro el cargador haciendo el amor con la goma con ganchos (de más, que llevo por sí la carga lo requiere) en el sobredeposito. Una vez desliado, momento orfebre… ¡Hay que ver que enredos! …y tras pedir permiso a la trabajadora del establecimiento una ucraniana de cierta edad, lo dejo cargando mientras me tomó dos cafés con leche muy calientes.
Pasado un rato con el terminal enchufado los llamó uno a uno pero nadie contesta. Me pongo en su lugar, en el mejor de los casos y pienso que van conduciendo y que (como hago yo) yendo en moto no se contesta el móvil.
Transcurrido un tiempo excesivo me calo el casco y me vuelvo a subir a la moto. El estar estático en aquel lugar ya me hacía sentir mal, van pudiéndome las ganas de llegar y todo aquel tiempo perdido me mermaba la moral.
Pensándolo aquí sigo bajo este puente deseando que estén bien y no hayan tenido percance alguno, he vuelto a llamarles y no tengo cobertura. Miro por enésima vez mi moto cargada y sucia con un ejército de gotas sobre ella y el humillo blanco del vapor de agua que exhala el motor entre algunos ruidos del metal al atemperarse. Me gusta su aspecto, está como desafiante, parece que me vaya a decir que está preparada para continuar y hacerse otros quince días de trote duro. Al fin y al cabo está hecha para eso, no para usar como un objeto de decoración limpia e impoluta en un recibidor de una vivienda. Aunque también podría hacerlo sin esfuerzo.
El cansancio me va agriando el carácter más si cabe. Pero continuó debajo del puente contemplando la lluvia estamparse contra el suelo asfaltado salpicando los charcos, y no para de llover no.
Con lo poco que me queda y yo aquí, es como si una parte de mí no quisiera regresar del viaje y utilizase la que está cayendo para retrasar la llegada.
La llegada… mañana estaré de vuelta en el trabajo y a ver como les cuento todo lo que he disfrutado sin subir en un avión, ni llevar pulserita de esas que te dan acceso a todo.
Vuelvo a ponerme en marcha, el mono de agua me ha calado por una costura y tengo toda la espalda dolida, el trasero húmedo por no nombrar la entrepierna que parece un trozo de hielo.
Los últimos kilómetros son eternos entre coches y camiones que circulan taciturnos lanzándome aún más agua al acercarme a ellos.
Llego a la bifurcación donde normalmente nos separamos de vuelta de nuestras salidas y como sí de un ritual se tratase unos y otros tocamos el claxon y con la mano nos decimos un “hasta pronto”… ¡Ahora lo echo en falta!
Cuando llego a casa parece que ha transcurrido un siglo, me marché de noche hace una quincena y regreso un día gris lluvioso, es normal que no haya grandes recibimientos (yo no soy partidario de ellos) uno no es de afán protagonista.
Como un autómata empapado descargó bultos y los dejo en un rincón más tarde me pondré con ellos, la ducha caliente es lo preferente y de camino al baño me voy despojando de la ropa cual escena de “ligoteo” nocturno en película barata.
El agua caliente me hace recordar que momentos antes veía la vida a través de la lluvia desde debajo de un puente.
Sacándome estoy cuando escucho la canción estridente que llevo como tono de llamada, cuando llego ha colgado: es uno de mis compañeros de ruta. Entonces me doy cuenta que tengo tropecientos mensajes y llamadas perdidas, accedo a algunos de ellos, me dicen que han llegado bien todos y están preocupados por mí, uno el más irreverente me dice que voy tan despacio como un carrito de helados.
Aquel momento debajo del ojo del puente sobre el que circulaban las idas y venidas de vehículos, aquello me lo guardo para mí.