El cojín rojo.

Corrían los “locos” años 90 y este que escribe ya llevaba un par de ellos asolando las carreteras de la comarca y aledaños, tenía el carnet A2 tan nuevo que no se podía doblar el cartón en la cartera. Entonces la pasión que despertaba en mí todo lo relacionado con las dos ruedas llegaba a resultar enfermiza.

Conste que hubo una época que acudía a solas a cuantas concentraciones habían por estos lares (y si podía) los sábados por la mañana.

Le cambié el manillar y le puse un respaldo con rejilla portabultos a la Yamaha Virago XV 535 además de cambiarle la pintura que no el color (el azul me persiguió durante mucho tiempo, pero eso es otra historia) con aquello me sentía un “Easy Rider” de fin de semana, una vieja cazadora vaquera sin mangas y cuatro parches bordados… exultante y entusiasmado me hubiera ido al fin del mundo (o al principio) solo porque sí, como la letra de la canción de Loquillo: “Cuando fuimos los mejores», al menos así lo veo yo ahora.

Me fui rodeando de gente afín a mí con las mismas inquietudes y trazas, primero un anuncio en una revista de motociclismo y más tarde integrándome en un moto club.

En una de estas que nuestras ruedas nos llevaron a la concentración anual de Novelda Ruge en la población del mismo nombre.

Yo iba en cabeza y al desviarnos a la carretera de acceso una comarcal de buen trazado, andaba ya sorprendido por la cantidad de pequeñas lápidas de mármol que poblaban las cunetas en memoria de alguien fallecido.

Obviamente la localidad de Novelda basa principalmente su industria como centro mundial productor y exportador de primer orden de esa roca. Contemplarlo causa cierto shock en el conductor; y en esas me hallaba atravesando perplejo aquel “cementerio” de arcén cuando miro el vehículo que llevaba delante una de esas Harley Davidson transformadas y que se denominan “chopper’s” palabro inglés que significa algo así como podar o cortar y que denomina mayormente a las motocicletas con un manillar excesivamente elevado, muy bajita y un respaldo como tres veces el mío. Al menos eso es lo que vi desde detrás.

Impresionado, le iba a adelantar circulaba a un ritmo demasiado lento pero yo era un “verderol” y me pareció por un momento que rebasarle era como una falta de cortesía o algo así, siendo que íbamos al mismo sitio… Cosas de  novatos. Decidí guardar una cierta distancia.

De pronto el tipo soltó el manillar y lanzó afuera de la carretera algo que no adiviné a ver tan sólo el color rojo intenso.

Mi reacción fue parar y mis dos o tres compañeros hicieron lo propio deteniéndose tras de mí. En un salto bajé y fui a ver qué demonios era aquel objeto carmesí entre la incipiente maleza bajo un pequeño talud allí estaba: un formidable almohadón encarnado, que sin duda conoció tiempos mejores.

Sin pensarlo lo cogí… al regresar a mi moto las caras de mis compañeros reflejaban extrañeza y no quiero pensar lo que pasaría pos sus cabezas, lo así a la mochila con la goma de sujeción al mencionado respaldo. Reanudamos marcha nuevamente, estando parados en un semáforo el amigo César con su inefable Kawa KZ 400 color butano estaba parado a mi lado y me dijo:

— ¿Qué vas a hacer con eso?—señalando al objeto rescatado que era lo más chillón de aquella avenida.

— ¡Devolvérselo a su dueño!—le contesté, quedándome más ancho que largo y convencido de que mi buena acción podía incluso ser recompensada con una cerveza.

— ¡No seas mendrugo, ese tío estará pavoneándose de llegar a la concentración en un chasis rígido, como el más duro y auténtico… y si se lo das igual le cortas el “vacile» y seguro tendremos problemas!

Pienso lo que pienso y tras decirles que continúen y que nos vemos en el recinto del evento, me vuelvo al lugar en dónde recogí mi rojo acompañante con intención de depositarlo allí y olvidarme de este “fregao», pero no iba a ser tan fácil: habían tres tramos similares y al final cansado de dar vueltas lo dejé donde me pareció y no me fui muy conforme.

Ya en la concentración me crucé varias veces con el tipo que era fácilmente reconocible además el número de asistentes no era excesivo, incluso coincidimos en los urinarios. Le bauticé mentalmente como: “El del Cojín Rojo».

Domingo por la mañana mientras desmontaba con cierta dificultad mi tienda de campaña se marchaban un grupo de ruidosas chopper’s y entre ellas iba una conducida por alguien altamente reconocible para mí.

Mi cabeza resacosa empezó una y otra vez a imaginar a un grupo de motos paradas en el arcén mientras uno de sus integrantes buscaba su ápice de confort.

Al regresar debíamos de pasar por la misma carretera, lo hicimos pero allí nadie hubo, una mirada a la izquierda en el momento adecuado y allí continuaba abandonando el rojo almohadón.

Durante el camino, imaginaba que lejos de pararse a buscarlo para regresar algo cómodo al ir en compañía de otros amantes de la austeridad como él desecho tal idea.

Ya resta pedir perdón sí es que hubo algún tipo de perjuicio con mi intervención… aunque creo que la anécdota ha prescrito.

*foto cortesía de Merche Parra

4 comentarios sobre «El cojín rojo.»

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