*Este texto me surgió en un momento tras el paso de una de esas personas que pueblan mi monótona vida a la que yo llamo mi particular día de la marmota y en los a veces únicamente hay que detenerse y contemplar para ver que mas allá de la simpleza del paso por ella siempre hay algo que contar, espero haberlo reflejado con éxito. de momento es anónima y nunca le pregunté el nombre, valga como detalle curioso.
Como cada viernes llegó hecha una sopa y arrastrando los pies todo el día bajo la lluvia la había minado psicológicamente, pero en peores batallas se vio metida. El impermeable emitía el sonido característico al rozarse al ritmo de sus pasos.
— ¡Buenos días! ¿Ya ha venido esta gente?
Pese a venir envuelta en agua y con aquella luz gris del día que no acompañaba a esbozar una sonrisa, en ella no surtía efecto y tras saludar con efusividad hizo el gesto de alegría que le caracterizaba y que no hacía otra cosa que iluminar el lugar con su musicalidad.
Mi respuesta fue afirmativa y subió por el ascensor a hacer su entrega dejando un rastro de gotas de agua tras de sí.
Bajo al rato y se despidió con igual tono yo como siempre tras responderle le dije que tuviera cuidado con el agua, pese a saber que aquello en ella iría de oficio pero me ponía en un instante en su pellejo aquel día era de perros para cualquier motorista.
Se marchó. Oí como arrancaba su moto.
Una vez me contó sus agotadoras jornadas recorriendo calles y avenidas de la ciudad e incluso a veces la intensa circunvalación donde se movía con pericia, eran tránsitos agotadores pero la fuerza de la costumbre conllevaba cierta permisividad implícita a ello aceptando ese atribulado trabajo al principio por falta de alternativas y con el paso del tiempo ya vencida por el conformismo y la cotidianeidad.
Las entregas de prótesis dentales vía motocicleta era su modus vivendi, a lo primero era cómo llevar una pizza u otra comida preparada a domicilio, con la diferencia de que sus destinos en vez de casas particulares eran las clínicas dentales de toda índole.
Después fue algo mecánico, monótono e intrascendente.
La pequeña Honda de 125c.c. y cuatro tiempos cumplía con creces como gran herramienta de trabajo, incansable a aquel trasiego diario.
Su último encargo sonó por el auricular mientras rodaba por la Gran Via:
— ¡Recogida en la Calle Verbena 37, Clínica Real Dent!
— ¡Oído, voy para allá… estaré en cinco minutos!—contestó mecánicamente.
De eso ya hacía unos minutos. Los que condujo sorteando el errático tráfico rodado bajo el agua que jarreaban las nubes. La misma que goteaba de su pantalón impermeable y sus botas por el suelo de mármol amarillento dejando un rastro de gotas.
Dejó una bolsita en la recepción y volvió presta al lugar en que se encontraba su montura con cierto desangelo, pues entre la grisura y la ausencia de gente le contrariaba pese a estar acostumbrada.
Montó en la motocicleta tras avisar por el micro;
— ¡Pedido entregado, vuelvo a base!— sonó su voz neutra.
Segundos después volvió a perderse entre las arterias de la urbe.
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