- …el siguiente relato corto surgió ante una especie de prueba que me puse a mí mismo, nunca había escrito nada cercano al terror ni fantástico, fue una especie de reto tras una conversación con Amparo Andrés Parriego ya que ella estaba por aquel entonces escribiendo uno para un ejercicio en un cursillo, y me salió regular ahí lo dejo.
Salía del lugar dando una patada enorme a la verja, el ruido era considerable. Los vecinos ya sabían que el “angelito” abandonaba el lugar. Nadie sabía su nombre ni falta que hacía. Sus hechos le acompañaban y nadie vio que hiciera uno bueno.
Llevaba dos años ocupando aquel otrora bonito chalet. Su dueño en un hospital en coma, causado por un extraño golpe en la cabeza. Se lo encontró tirado en las escaleras la chica que limpiaba en la casa con gran susto y envuelto en un charco de sangre.
Al anochecer como una comadreja el tipo se coló en la vivienda haciéndose dueño y señor de ella.
Hasta hoy en día.
Malvendió cuanto encontró de valor. Destrozó cuánto había de “destrozable” en el lugar, haciendo de ello un vertedero de interior. Tal vez fuera que estaba acostumbrado a vivir entre basura.
Como cada día necesitaba delinquir y hacer mal a cualquier semejante, animal o cosa.
Tal vez habitase el mal en su cuerpo y debía sacarlo afuera.
Aquel día le dio una patada al retrovisor de un coche aparcado dos calles más abajo. Y empujó una motocicleta aparcada junto a otras cuatro haciendo efecto dominó y cayendo todas con estruendo todas al suelo. Después lanzó una botella a un desdichado gato callejero y robó un bolso a una pobre anciana dándole un terrible empujón. Viendo su escaso botín estaba en el viejo parque convertido en un solar abandonado. Vertedero en ciernes además de refugio y punto de reunión de los drogadictos, maleantes y demás chusma del barrio.
Sentado allí en el banco dónde igual se trapicheaba con droga que se fraguaban planes de robos u otras tropelías. Al sol se liaba un cigarro de hachís cuando de pronto llegó por el maltrecho asfalto un vehículo silenciosamente. A este precedía el ruido de las piedras desprendidas en el suelo como si se tratase de una banda sonora.
Era un gran Mercedes negro tan grande que resultaba excesivo. En aquel lugar precisamente llamaba la atención.
Él pensó que o era el de algún capo de la droga o de un “pez gordo» en busca de emociones.
Aquello le llamó la atención: vio posible negocio, coche grande igual a dinero, pensó.
De un salto bajo del respaldo del banco en el que se encontraba sentado se encendió el porro, dando una gran bocanada y se acercó al vehículo intentando ver quien se encontraba adentro. Pero unos negros cristales le impedían averiguarlo.
Una vuelta dio a su alrededor recreándose.
Y el motor seguía en marcha con la misma finura que un reloj suizo, emitiendo un zumbido casi imperceptible así como el inefable humo del escape casi invisible a primera vista.
Desconcertado ante quien podía ocupar aquel gran coche. Y consciente de que le estaban observando desde dentro. En un arrebato de chulería sacó una navaja de mariposa de grandes dimensiones que abrió hábilmente. Puso la punta contra la negra chapa de un lateral de la carrocería y fue caminando hasta la otra punta rayándolo mientras sonreía con cara de loco.
Plantado delante con el arma blanca en la mano como desafiante se quedó. Mirando su obra como regocijándose, para con sorpresa ver que se iba cerrando la raya desde donde la empezase hasta el final. Quedando como sí no hubiera hecho nada… ¡Intacto!
Aquello era muy extraño. Ni corto ni perezoso lanzó una gran piedra al parabrisas que desquebrajó el oscuro cristal. Segundos después volvía lentamente a su estado habitual y desaparecían todos los signos del golpe.
Atónito el tipo pensó en rajarle las ruedas ya era una cuestión personal. Dio un navajazo a la rueda delantera deshinchándose el neumático al momento. Yéndose en pos del posterior para efectuar la misma acción. Pero cuando llegó en dos pasos notó que algo ocurría… se giró.
Para asombrado contemplar como se hinchaba la rueda tras desaparecer la cuchillada en ella. Dio media vuelta con la idea marcharse.
Aquello era una locura por un momento pensó que aquello que fumaba era tan fuerte que le hacía ver alucinaciones.
Al pasar junto a la puerta del conductor esta se abrió un poco quedándose solo con cuatro dedos de apertura cosa que seguía dificultando ver su interior.
El sujeto no se lo pensó dos veces y la abrió…
Dentro un interior exultantemente bello llenaba de detalles su visión. El cuero primaba como materia prima. Y un salpicadero dónde el alcántara se fundía con maderas nobles y un volante estilo deportivo invitaba a subirse.
El sujeto asomado doblemente perplejo. Tanto por los detalles tan lujosos como que estaba vacío y nadie salió de él.
Como resorte algo le impulsó a ocupar en el asiento del conductor. Automáticamente se graduó a la distancia correcta de su altura y peso. Él agarró el lujoso volante con ambas manos y pisando el acelerador varias veces mientras sonreía.
Maravillado tocó un botón para poner música.
Sonó la introducción del verano de Vivaldi. Aquel “ruido” le molestaba. No le gustaba y no había manera de apagarlo.
Los violines invadían todo en interior y amartillaban sus tímpanos.
En un impulso quiso abandonar el coche pero se bloquearon las puertas. Estaba encerrado. Golpeó cristales y todo cuanto tenía alrededor. Lo que se rompía volvía a su estado natural.
Cansado de la situación quedó al rato. Mientras los violines le acompañaban.
Afuera otro individuo se acercó al auto.
No oía nada. No veía nada y estaba a centímetros del parabrisas incluso se hacía visera con ambas manos.
El recién llegado era un yonki del barrio. Como le ocurriera a él estuvo merodeando alrededor.
Cansado se fue pensando que aquello podría ser una fuente de problemas.
La pieza clásica estaba en crescendo. El improvisado conductor deseaba bajarse de allí inmediatamente.
De pronto sonó un pitido. Una gran llama surgió de debajo del asiento. Otras se le sumaron inmediatamente invadiendo todo el habitáculo. Como en un horno crematorio el sujeto se convirtió en un cúmulo de cenizas en un rato.
Se abrió una trampilla y los pocos restos humanos en forma de polvorientas cenizas cayeron al suelo.
Al momento todo se volvió crear espontáneamente con su pátina de lujo. Relojes, palancas, salpicadero, incluso los cinturones de seguridad.
El auto bávaro se movió lentamente y desapareció en instantes.
Tras robarle a su madre el dinero de la pensión se fue, gastándolo en la casa de apuestas. Luego robó un teléfono móvil a un turista.
Caminaba por el parking del centro comercial cuando vio un automóvil negro de gama alta que atrajo poderosamente su curiosidad. Estaba en marcha. El cristal bajado del lado del conductor le llamó la atención aún más. Un segundo y estaba al volante. En instantes Vivaldi lo llenaba todo.
Foto de Erik Mclean en Pexels
juer!
ni stephen king hoygan!
Sí, me inspiré en Christine…