Las peripecias de Lucio Cato.

Que Lucio Cato fuera uno de los mejores aurigas del territorio Mediolanum no era un dato desconocido para cualquiera. No era ni el más apuesto, ni el más rápido, tampoco su cuadriga era espectacular pero llevaba VI años con aquel “trabajo”:

Llevaba mensajes y ciertos portes de un tamaño no muy grande, de una ciudad a otra ya fuera la villa de un tribuno o alguna aldea recóndita. Aquel  maldito “carruaje” era su vida. Cuando le dieron la licencia y los títulos incluían aquel artefacto de dos ruedas y los cuatro caballos que sirvieron al César heroicamente en grandes gestas y el titulo de centurión honorario de la III Legio Augusta.

Los cuatro corceles por dos golpes de mala suerte se vieron relegados a la mitad: un encuentro con una manada de lobos y esa enfermedad que hace que el animal muera en dos jornadas.

Un día un antiguo senador le propuso llevarle un gran busto de mármol a un vicecónsul amigo suyo a Roma. Durante el viaje con los baches y el empedrado de la Vía Romana hizo que la figura de piedra fuera rompiendo el bajo suelo del carruaje así como los asideros dónde con un trenzado  de fibras vegetales iba asegurada la pieza.

Tras efectuar la entrega buscó  por la ciudad dónde un carpintero que le arreglase la rotura. Todos tenían  mucho trabajo y tardarían un tiempo precioso  que no tenía por no contar que el precio desorbitado 50 denarios (monedas de plata) era imposible para su economía, sólo accedía a los “sestertíus” de bronce una moneda inferior.

— ¡Ni que fuera para el César!—decía airado.

Aquella cantidad era tres veces más de lo que había ganado transportando la pieza marmolea.

A Las afueras de la urbe unos esclavos le regalaron un trozo de tablón era de una extraña madera negra llamada ébano que acopló y siguió  viaje, aun viendo pasar el camino bajo sus pies.

Siguió repartiendo mensajes en tablillas y papiros, algún pequeño objeto hasta llegar a su poblado cerca del volcán Vesubio. Llevó el carro al establecimiento de su amigo Iusius Velina ambos sirvieron en la campaña contra Tacfarinas en norte de África Aquel tras saludarle y escuchar su problema quitó el trozo de tablón  y lo hizo desaparecer sin darle importancia y diciéndole que aquella madera exótica era muy mala y que por suerte los dioses le  protegieron. Que le dejase el vehículo en un par de días lo tendría, le haría precio de amigo no obstante le salvó la vida un par de veces en combate, pero debía adelantarle 50 sestercios. Cosa que hizo por suerte llevaba las ganancias de último viaje.

Volvió dos días después al lugar y allí descansaba como un objeto inerte la cuadriga como la dejó, pensó en  que algún  contratiempo le ocurrió a su compadre. Escuchó algarabía adentro en un viejo cobertizo y entró curioso para comprobar de primera mano cómo celebraba una pequeña multitud una orgía entre música, comida y bebida así como algunos aditamentos para turbar los sentidos, unas sábanas blancas y guirnaldas cubrían lodos los atalajes del oficio. En el centro del lugar un gran barril de vino y un efebo de piel extremadamente blanca con un taparrabos rojo y una corona de hojas de parra en su cabeza llenaba vasos y copas de vino por doquier.

— ¡Estamos celebrando la fiesta de Baco!—le dijo el carretero cuando le vio allí pasmado.

Aquello le contrarió bastante, llevaba mucho atraso con su trabajo y no podía ganar dinero.

— ¡Por la diosa Minerva! Llevo demasiadas jornadas sin llevar mis encargos y debería de estar hoy en Roma. Tampoco me has invitado a esta bacanal. Mañana vendré a por mí cuadriga y me la llevaré esté como esté y si sigue igual me devolverás las monedas que te di.

Se marchó del lugar con la sensación que aquello iba a acabar con la pérdida de un amigo.

Al término del siguiente día se personó con la determinación de atar los arreos de los caballos a su carruaje pero el eje cual mástil de un barco seguía señalando al sol,  continuaba en el mismo lugar.

— ¿No decías que estaría hoy?—Gruñó enfadado  Lucio el auriga.

—Tuve un percance… no tengo una madera tan ancha como para ponerla de una sola pieza y poner varios listones acabará partiéndose otra vez. Iba a mandar a un esclavo a Pompeya en búsqueda de una pieza pero así el precio te lo subiría un poco. Añadió que también le sustituiría un pasamanos que tenía dañado quitando el averiado por uno dorado que perteneció al faraón Ramsés I. pero que te aumentaría el coste en unos “pocos» sestercios.

— ¡No, yo te traeré la madera mañana y se la pondrás!—sentenció con ira.

Al amanecer salió con los dos corceles llegó a una aldea vecina dónde vio una en desuso tiempo atrás en uno de sus viajes. La compró por unas monedas. La llevó como pudo el vehículo iba casi arrastrado. Aquella mañana antes de salir habían cacareado más de la cuenta era como si hubieran tenido la premonición de que algo gordo iba a ocurrir. Fue mientras se vestía, Lucio volvió a ponerse su coraza y su vieja gladius (espada corta) que aún seguía afilada la volvió a meter en la funda con brío, sentía la misma sensación que cuando era soldado antes de la batalla. De camino valoraba las consecuencias: posiblemente acabaría muerto agarrado a un remo en las galeras o de gladiador en el Coliseo de Roma.

Pero nada de eso llegó a ocurrir en la puerta de la carretería su cuadriga lucía magnifico con los rayos del sol, limpio y con un nuevo pasamanos de bronce, el viejo roto dorado había desaparecido al igual que el carro donante que tenía  un relieve en bronce tampoco estaba en las inmediaciones. No le importaban los tejemanejes del carretero.

Mientras ataba a los caballos salió Iusius Velina.

— ¡Ave Lucio Cato! ¿Vuelves a la Legión?—le saludaba mientras miraba en todas direcciones en busca de testigos que presenciaran un posible desencuentro.

— ¡Salve Aurelio!—le contestó sin prestarle atención.

Se la prestó cuando le pidió 100 sestercios más por el trabajo realizado aduciendo que había estado él y dos hombres más toda la noche trabajando. Aquella cantidad era una exageración, asió el mango de su espada enfundada y apretó los dientes. Tomó aire… y le lanzó un saquito lleno de monedas (dentro había más de la cantidad exigida) que el otro atrapó al vuelo. Se marchó sin más para volver a sus quehaceres sin darle las gracias siquiera.

*A día de hoy siguen habiendo Iusius Velina y muchos Lucios Catos más cerca de lo creemos. Cuidado ahí fuera.

Foto de YEŞ en Pexels

2 comentarios sobre «Las peripecias de Lucio Cato.»

  1. Carlos dice:

    El tiempo pasa y la forma de vida sigue igual.
    No aprendemos nada!!!!!

    Muy bueno 👍

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    1. rpm.64@hotmail.com dice:

      la verdad es que es un suceso que me ocurrió hace tiempo pero lo he escrito como si fuera en la época del imperio romano, pero se podría trasladar a cualquier momento de la historia el ser humano es como es.

      Responder

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