La sonrisa de Manolo.

Salió Manolo con rapidez de aquel blanco edificio aún tenía en la nariz ese olor característico de los hospitales. Atravesó raudo la puerta giratoria y en la calle un soplo fresco de aire  besó su cara, le correspondió con un largo suspiro.

Encendió un pitillo caminando y tosió varias veces.

Manolo Sánchez era así: genio y figura pero a veces un tanto indeciso.

En su memoria aún fresca la imagen de aquel estúpido doctor soltándose sin mucho tacto el mazazo de un diagnóstico demasiado adverso, a él solo se le ocurrió contestarle: — ¡Más vale tener que desear! —soltó una loca carcajada y se marchó dando un portazo. Había sentido un impulso irrefrenable.

Ya en el bar cerca de su casa mientras paladeaba una copa de pacharán pensaba que tal vez se había pasado con aquel “matasanos”, algunas veces se arrepentía… —Pero, a lo hecho pecho.— Pensó nuevamente.

Lo que vino después de tomarse aquel licor nadie lo supo. Todo fueron suposiciones.

El camarero afirmó que tras abroncarle como de costumbre por ser tacaño con la bebida como siempre hubo de rellenar la copa. El cliente pagó y salió renegando diciendo: — ¡Aquí ya no vuelvo más!

Su vecino afirmó que le era extraño ver la puerta del garaje abierta a esas horas y se asomó por si le estaban robando, pero no allí estaba Manolo enredando con su vieja moto, le había puesto unas de aquellas alforjas para llevar bultos. Al hablar con él le confesó: —La carretera me llama.

Uno de sus amigos del grupo de la moto: Pepe, dijo que había quedado con él en una gasolinera para devolverle un plano de Europa que le dejó hace tiempo y las manoplas de cordura. — ¡La Ruta de mi vida, Pepe! — No cesó de repetirlo en el breve lapso que estuvieron juntos, se despidió dándole un fuerte abrazo.

Su pareja afirmó en la comisaría que además de una motocicleta Marca BMW modelo R100R matrícula de Toledo, había desaparecido una tienda de campaña y un saco de dormir, ropa, algo de herramientas, comida y bebida y un casco pintado a juego del color de la moto.

Y lo que era peor había desaparecido todo el dinero de sus cuentas y el contenido de la caja fuerte: joyas y bisutería, relojes. Más una cantidad que tenía ella ahorrado para ir a México a ver un concierto del cantante Luis Miguel, su ídolo.

El policía un “zorro viejo” antes de ponerse a redactar la denuncia le dijo: —Señora… Con el debido respeto, esto no es una desaparición forzada. — y se quedó mirándola por encima de las gafas mientras la mujer se desmayaba al oír aquellas palabras.

Era de madrugada y aquel oficial de policía de la República Popular China apremiaba a su subalterno, este no le seguía el ritmo intentando caminar por aquel trecho de unos cien metros con un espesor en la nieve de más de treinta centímetros que había sobre la Plaza Roja de Pekín. Habían visto algo extraño y pensaron en algún posible acto terrorista.

Al llegar al bulto en cuestión vieron que se trataba de una moto y a su lado lo que era su conductor encubierto dentro de un saco de dormir, lo zarandearon pero no respondió, estaba muerto… limpiaron su cara de nieve y vieron que era un occidental que tenía los ojos abiertos y curiosamente sonreía con una mueca de alegría. Buscaron su documentación.

Sonó el teléfono del embajador español en Pekín de madrugada diciéndole que había un súbdito español fallecido en extrañas circunstancias en La Plaza Roja… Llamó a Madrid y tras varias pesquisas e investigaciones le aseguraron que el tal Manuel Sánchez había desaparecido bajo “extrañas” circunstancias de Madrid tres meses antes, cuando vio el pasaporte del fallecido tenía más de veinte cuños de entrada y salida en otros tantos países.

—No me extraña que muriera feliz. —Decía el diplomático viendo la sonriente foto del finado.

                                                                            Fin

Foto de Taryn Elliott en Pexels

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