*Este relato fue una colaboración que hace tiempo tuve con el blog de un gran amigo tristemente desaparecido: Elmesse Motolover, un recuerdo para él.
Con incredulidad y mala leche salía el chaval de la notaría, sus planes no le habían salido como él esperaba.
Nacho, así se llamaba se había vestido de traje y corbata con la carpeta de cuero negro debajo del brazo asemejaba uno de aquellos ejecutivos agresivos de última hornada. Al verse en el reflejo de un escaparate de esa guisa se enfadó aún más y le dio una patada a una lata.
Había salido de su casa con la idea de recibir una gran suma como herencia por la muerte de su abuelo, de hecho él era su nieto favorito de entre otros ocho. El hombre se enfadó mucho cuando el díscolo joven “abandonó” sus estudios y se dedicó a vivir del cuento, mantenía que era el más inteligente de toda la familia y que no se esforzaba, era un brillante en bruto y sin pulir.
Lo que más fastidio le daba al muchacho era tener que decir a sus amigos que la juerga brutal que iban a correrse en Ibiza no se haría por falta de medios económicos, su idea era hacer la fiesta del siglo y gastarse hasta el último céntimo. Le había salido el tiro por la culata.
Aún resonaban en su cabeza las palabras del notario con un atisbo de solemnidad:
-“A mi nieto Nacho le dejó la posesión más querida que tengo…”
Las voces de sus amigos le sacaron de sus pensamientos, había entrado al bar por inercia, mecánicamente sin darse cuenta.
—Bueno qué… ¿Sacamos los billetes de avión y las reservas del hotel? —le preguntó con sorna un pelirrojo desde la barra.
—Lo siento no hay dinero. —Contestó derrotado, mientras hacía una seña al camarero.
—Pues estamos apañaos… ¡Voy a devolver la camisa hawaiana, aún no le he quitado la etiqueta! —refunfuñaba el más alto del grupo.
— ¡No reneguéis que quien más ha salido perdiendo soy yo! —les decía Nacho mientras vaciaba el sobre de azúcar en el café.
Una hora después estaba plantado delante de aquella fachada gris preguntándose la de veces que había pasado allí en su vida y solo se fijaba en aquélla moto roja una Montesa Impala que siempre había aparcada en la puerta, nunca se había parado a contemplar el cartel hecho a mano con gran belleza plástica y cierto sabor de antaño.
Moto-recambios y rectificados Brío rezaba en aquel panel.
Y ahora aquello le pertenecía de alguna forma, el notario le había dado un sobre lacrado que no debía abrirlo si no se anularía la donación del bien y él perdería todo. Era suyo, aunque con alguna condición oculta, su abuelo era así.
Haciendo acopio de valor entró en el establecimiento y le pareció atravesar una burbuja temporal, no solo las sensaciones visuales le atraparon, había un olor agradable que le traía recuerdo de su niñez y aquella vieja música de fondo. Tenía la sensación de haber estado allí antes pero no lo recordaba.
Paredes llenas de fotos, posters, calendarios y toda clase de objetos relacionados con las dos ruedas hacían difícil adivinar el color con el que estaban pintadas.
Un poco más adentro un mostrador con una pequeña multitud de paquetes hacía de parapeto natural para separar el poblado almacén y una pequeña oficina de la cual salió una chica con gafas a la cuál le preguntó por el jefe, esta señaló a su izquierda y una puerta servía de acceso al taller, otro cartel con letras similares al de la entrada prohibía el paso a personas ajenas a él, por un segundo se quedó parado pero la chica le dijo que entrase sin problema.
El taller era otro mundo dentro de aquel… al acceder con algo de cautela pareció vivir un epifanía.
El espacio era una estancia forrada de azulejos no muy grandes blancos y negros formando un clásico endamado asemejándose a la bandera de final de carrera. A cada lado un elevador sostenía una moto en reparación a la izquierda una que debía de ser de carreras y enfrente una muy antigua debía estar en proceso de rehabilitación.
Enfrente y con muy buena disposición una panoplia de toda clase de herramientas colgaba de la pared. Debajo un banco con múltiples piezas y útiles mantenían ocupado a un chico con el mono grasiento.
En un rincón a la izquierda un torno y un taladro de columna tenían sus dominios, allí trasteando el primero estaba la persona con la que Nacho debía hablar. “Un señor mayor” pensó benévolo el joven. Era el jefe.
Allí estuvo en silencio contemplando cada detalle de cuanto había un par de minutos.
Los mecánicos mantenían la atención a su trabajo y con el ruido del torno no repararon en el muchacho, él lo agradeció seguía embelesado.
Por fin el hombre se giró y le vio allí plantado, tras apagar la máquina y limpiarse las manos en un sucio trapo se acercó a él.
Entonces arrancó el calderin del compresor, Nacho saludó pero sus palabras se perdieron en el ruido sintiéndose estúpido. Miró a los ojos pardos del jefe del taller.
Este le invitó a salir y pasaron al despacho que había en la tienda.
El chico tras un escueto “hola” seguido por su nombre como una presentación frugal le entregó un sobre amarillo con un lacre de cera rojo.
Al coger el sobre, aquel mecánico de sienes grises supo lo que ocurría y suspiró.
Continuará.