Stephen King, loros verdes e historias de no contar.

En mi memoria habitan, los guardo en imaginarias habitaciones —no al uso pero hechas a mi gusto— a veces sin orden ni concierto. Los visito con más o menos frecuencia, algunos directamente los he tapiado tras cerrar la puerta y tragarme la llave.

Escribiendo el párrafo  anterior viene a mi inevitablemente aquella novela de Stephen King “El cazador de sueños”, cuando su protagonista Jonesy tiene escondido en su mente el recuerdo de el único que puede derrotar a Mr. Gray, un extraterrestre que pretende invadir la tierra. Es Duddits una persona “muy especial”, no sigo pues quien tenga curiosidad que lo lea…

Mi mente funciona así, quizás no tan profusa de detalles plásticos como se ve en la adaptación del libro a la pantalla.

Y escribiendo esto último que pasan a gran velocidad por ahí enfrente una bandada de esos loros verdes argentinos escandalosos que ahora pululan por el espacio de la ciudad y como buenos individuos de una especie invasora que son (no cuentan con depredador alguno y por tanto se reproducen exponencialmente) vuelan graznado con desvergüenza uno tras otro de manera veloz.

Igual que cuando de niños jugábamos a aquello de “perseguir al rey” que no era más que ir tras uno de la pandilla que hacía de “jefecillo” repitiendo sus movimientos y gestos, juegos estúpidos ahora al lado de una buena tablet o consola de videojuegos y que entonces eran capaces de entretenernos toda una tarde y mantener llenos los depósitos del disfrute.

Rebusco ahí adentro, cuando iba en el pelotón de ruidosas y verdes aves. De pronto me llega algo, hay una habitación  abierta.

Al acudir a una de aquellas fiestas motoristas en un pueblo relativamente  cercano a Valencia llamado Bétera e ir haciendo uno de esos recorridos por la localidad de local colaborador a bar concertado que en algunos sitios llaman ruta baritíma consistiendo en llegar con las motos en grupo y tomarse una cerveza en cada uno de ellos. En esos casos cuando es uno parte final del pelotón, no sólo  aparcar es arduo trabajo si no que entrar y acercarse a la barra es harto difícil, siendo esto que a veces no vale la pena gastar embrague entre gente que no sabe ir en grupo.

Cansado de ello tras preguntarle a uno de los organizadores donde era el próximo lugar, veo que arrancan un par de motos al principio de la calle y varias detrás, yo hago lo propio pensando que esta vez llego de los primeros.

Acelerones y pitidos crean ambiente sonoro que “anima» la noche. Los dos tipos emprenden la marcha y yo tras ellos, miro por el retrovisor y me siguen varias motos… me siento formar parte de un grupo de pájaros chillones color turquesa por un instante, tal vez sean los efluvios cerveciles.

Al rato algo no me cuadra, hemos salido de la localidad tras rodar por carretera demasiado tiempo veo vamos rumbo a la Ciudad del Turia, llegados a ella en un semáforo a la entrada se detienen “los perseguidos” y yo al lado, pongo pie a tierra… por el retrovisor veo el resto de tipos que se han venido llegan tras de mí.

Le pregunto a uno de la pareja que nos abría camino que a dónde vamos y me responde serio: — ¡No sé vosotros, pero yo a mi casa! Otro día contaré el regreso al lugar donde estaba el meollo, que tiene miga.

Foto de Los Muertos Crew en Pexels

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