Cuando fuimos los mejores.

El otro día buscaba cómo un loco esa foto, y al final apareció.

Pero es lo que tienen las imágenes en papel cuando están sin digitalizar y uno es un desordenado.

Me hubiera gustado publicar junto a ella un texto como pie de la misma en alguna de las redes sociales donde las adulaciones a ella fueran el hilo conductor y cualquiera que lo leyera se pusiera en mis botas y me diese “likes y me gustas” sin conocimiento alguno.

Pero como tengo la enfermedad esa de que pienso demasiado, me digo que para escribir sandeces no hace falta madrugar ni amanecer más temprano.

La instantánea fue tomada por mí mismo con cámara en la época que no se dejaba plasmada tanta postura, fue una foto sin más, me aparté durante unos segundos del deleite de la contemplación de una laguna en el pueblito de Orea (Guadalajara) en el colofón de la ruta del domingo por la mañana y la hice.

Sé que era en 1996 acababa de comprarme esa moto, el rodaje acabado y fue el mismo fin de semana que inauguraban el Circuito Ricardo Tormo de Cheste, nuestro grupito de motos subía por la carretera dirección a Teruel cruzándose con cientos de motoristas que saludaban cortésmente.

Aquello era un delirio, con todo lo que conlleva el saludo a otros como yo, pero al llegar a Sarrión nos cansamos (al menos yo) de tanta mano alzada y ráfagas, hubo un par de momentos donde afectaba a la seguridad de la conducción.

Allí en la concentración tomando una cerveza un joven greñudo con una camiseta de Iron Maiden me felicitó por tener una moto tan bonita y me dijo que algún día él tendría una similar y brindamos por ello. Le pregunté cual era su moto y me señaló una modesta Yamaha SR125 llena de bultos la parte trasera. entonces yo quise saber de dónde venía a lo que el heavy me contestó que de Málaga.

En aquel momento me sentí como un impostor y fue la primera piedra en el muro de cambio en mi manera de entender la moto, o dicho de otra manera: aprendía que no todo era la motocicleta que llevara uno sino la actitud.

Entonces tampoco existían entre el tráfico rodado muchas como ésas, una Harley Davidson… había comprado una porción del mito, entonces (y ahora) eran caras e ilógicas.

Siempre que me interrogaban sobre la marca de moto que tenía me sentía ruborizado al contestar, como sí de una especie de privilegio se tratase al que no era digno de poder acceder y tenía sus llaves en mi bolsillo.

Tuve esa fortuna de que yo pude acceder a ella y dejar tranquilos a los del concesionario de una vez gracias la indemnización de una torta que me di contra un camión con la Yamaha Virago XV 535…

Tenía en las venas la loca atracción de lo cromado y sumado al trauma de la ausencia de un Mecano en mí insulsa infancia, además vivía seducido por el sonido de aquellos escapes tan ronco y muy particular.

Podría escribir sobre motoclubles y egos, sería fácil, al igual que hermandades que parecen amistades pero en realidad son conocimientos personales. Desembocando en la realidad: gente que comparte tú mal llamada pasión (que quizás sea más tontuna que otra cosa).

Podría contar vivencias que seguro alguien me ha superado con creces, también escribir sobre sensaciones y sentimientos, buenos y malos como sí nadie los hubiera vivido y yo explicase lo que es obvio, pero tampoco.

También podía versar el texto en lo que ocurrió alrededor de ella, sería lo fácil, pero nunca he contado lo mal que lo pasé aquel día, lo condicionado de aquel viaje, la afonía que me dio todo el fin de semana y algunos extraños comportamientos de semejantes a mi alrededor.

Me cuesta mucho no culparme de ello, pues cuando a uno no le cuadra la fiesta se va y punto, entonces no lo hice y cargué con las consecuencias, para eso la moto se pinta sola como vehículo ideal, tampoco hay que echar el carro por las piedras.

Entonces era más gregario, siempre me movía en moto con otros como yo, pero cada vez me apartaba del rebaño buscando soledad con más frecuencia.

Recuerdo que tenía un lugar favorito donde siempre de noche antes de volver a casa paraba la moto y me echaba un cigarrillo. El lugar tenía las vistas privilegiadas de lo que queda de la huerta valenciana. Y allí ordenaba pensamientos, pese al lugar no ser muy tranquilo por ser una rotonda y el paso de vehículos tenía cierta frecuencia.

El tiempo pasó.

Con el tiempo cambié a un vehículo más lógico y tal vez fuera menos bonito, mis salidas sobre dos ruedas ya son distintas pero no por ello peores, será que estoy envejeciendo a pasos agigantados, ya lo poco que lo hago voy con ella de paquete y en solitario, ¿con quién mejor?

Viendo la foto podría escribir tantas cosas y no se me ocurre nada…

  • Foto cortesía del archivo parroquial mío.

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