La dichosa pregunta y un manifiesto.

*Hoy dejo aquí como en una treta de un supermercado un dos por uno en cuestión de textos, creo ambos van bien hilados, se complementan aunque escritos en diferentes momentos y no precisamente en el orden que están anclados al mismo. tal vez el lector se haga las mismas cuestiones o piense que el que pulsa la tecla está de atar, pero pidiendo un poco de comprensión que a veces sí las cosas no se sacan se enquistan dentro de uno y es peor. Saludos cordiales.

Muchas fueron las veces que me hice la misma cuestión, unas veces era por el “fregao” circunstancial en el que me había metido y otras simplemente por una sensación de cansancio. En ocasiones el momento o las personas con las que compartía la carretera me llevaban a ello, aunque el culpable en realidad era yo. Simplemente le daba muchas vueltas a la cabeza, cosa que continúo haciendo.

— ¿Por qué sigo adelante con esto de la moto?—esa es la pregunta.

Cada instante variaba la interrogante haciéndola más directa, elaborada incluso más retórica pero era la misma, que me llevaba a seguir en el mundillo de las dos ruedas.

Como sí la inseguridad hiciera mella en mi interior.

Cuando la vida de uno es como una partida de ajedrez en que cada jugada, repercute en el movimiento que le sigue. Así pues aquello de implicarse en algo hasta la médula nunca fue mi fuerte y ser constante tampoco. Tal vez tenga el síndrome repentino de “ahí os quedáis” (esto es de mi invención) siendo que lo que más me guste sea ser rata de barco en el naufragio de mi vida más que capitán aferrado a un timón inoperante hasta que el primer “glú-glú” fuera efectivo. Un déficit de atención discrecional.

Eso trasladándolo al mundo motorista me lleva a estar constantemente preguntándome sobre qué demonios hago encaramado en un artefacto de dos ruedas siendo una persona de físico limitado con un trabajo absorbente y como la mayoría con unas carencias económicas a la sazón.

Aun así cuando todo se suma y a las horas bajas se agregan los tedios, monotonías, reveses de lo cotidiano y alguna emboscada de adversidades… entonces voy y me digo: — ¡Voy a vender la moto!

Como sí con ello se acabasen todos los males de mi mundo interior y aledaños.

Se lo traslado a amigos y familiares, todos me tachan de loco, dándome rapapolvos para que abra los ojos y vea que es una estupidez, sobre todo cuando venga “el después”. Y yo como buen buscador de excusas varias requiebro entre los subterfugios más (a veces) ruines para hacer prevalecer mis criterios y razones que para mí en aquel momento son válidas y que no dejan de ser una batalla perdida al carecer de razón. Es como sí buscara su apoyo o aprobación aunque sea una decisión personal parece que si alguien te da cuerda lo llevas a cabo con mayor celeridad o amparado en ello llevas el visto bueno de alguien que no tiene ninguna validez.

Entonces tras unos meses sin cogerla, la había tenido como castigada, fui y me subí en ella para llevarla a hacer un mantenimiento y surge ese sentimiento interior, como si de un enamoramiento se tratara, busco palabras para explicarlo y no las encuentro, todo ese pesimismo acumulado se disuelve como un azucarillo en la taza de negro café italiano.

Y vuelvo a soñar, con nuevas rutas, con las que se quedaron en el papel, con amigos que visitar o rodar, momentos que vivir e imágenes que atrapar con la retina y alojarlas en mi viejo cerebro.

Y un día parado cerca del arcén de una carretera de tercera o cuarta categoría con la espalda y el trasero molidos, cansado como un burro la contemplo y entonces me digo: —¡Afortunado soy de tenerte y disfrutarte! —como si me escuchara el cacharro.

Entonces mandaría a paseo a cualquiera interesado en comprarla. No será la más bonita ni tendrá la mejor imagen, con sus heridas de “guerra” del paso del tiempo y que mi desidia no hace por tapar cual cirujano estético.

Aquello ya pasó, era una lucha perdida intentar que una urna invisible amparase el artefacto en búsqueda de una belleza que nunca llegaba a ser la perfecta, tiempo añadiendo y quitando, limpiando o pintando tal o cual pieza… una lucha perdida que únicamente ganan aquellos que con la cartera llena acuden al montador de piezas o los manitas que tienen lugar, tiempo y herramientas a la par que maña e imaginación les acompañen en dejar una bonita máquina rodante.

Tal vez esa filosofía sea la manera de vivir de muchos, yo llegué a probarla en una época. Ahora únicamente reparar y rodar lo poco que se pueda.

Ahora aquello pasó, me contento con poder rodar de muy vez en cuando, son otras prioridades discutibles, pero las mías al fin y al cabo.

Vuelvo a plantearme la dichosa pregunta cuando a mí alrededor todo está en contra.

Y retorno a la misma respuesta.

Pero ella se queda conmigo y lo de venderla… nada, un mal pensamiento.

Lo que sí es cierto es que ya no cuestiono aquello de: — ¿Qué narices hago yo subido a esta moto?

Hay preguntas que mejor no responder.

Manifiesto

Nunca son iguales, ni te reciben de la misma forma.

Las emociones se agolpan a cada instante, sensaciones flotan, te llevan o las llevas tú, ahí están acompañándote es su periplo o el tuyo; confluyen una serie de serie de circunstancias, momentos se les llama y esos momentos son distintos y similares a la vez, dispares y afines.

Paradojas…ir a escaparse y quedar retenido en el tiempo, un transcurso… una acción… intento vano de romper con la identidad o con el modo.

Escapar de un momento, escapar de uno mismo e ir, dejarse ir… donde jamás haya estado, es imposible.

Imposible: ser viento y no pasar dos veces por el mismo lugar.

El ruido y el silencio, una duda y un momento, al segundo ya ha cambiado y ya no es igual al resto.

No sé si voy o si vengo, si soy duda o desconcierto; afirmación o asentimiento, si tengo uno o tengo ciento, calma o miedo, cuando respiro, cuando veo.

Emociones y equipaje son fáciles de llevar, te acompañan impuestas en tu largo camino, pero la pregunta es esa: ¿camino?

Nunca será igual el momento, el sitio sí más no el momento…es irrepetible.

Y parar… y recuperar en silencio, recuperar un recuerdo entre luces entre sueños, un camino: ¿curvo o recto?…no sé si seguirlo, ya no sé si lo tengo, acabé por marcharme y no lo recuerdo.

¿Cómo retenerlo? al asesino tiempo, aquí el asfalto se empeña en retenernos y no siempre lo consigue en sus vanos intentos, seguimos adelante, seguimos espejismos, vamos directos persiguiendo una quimera, echando el resto.

Circular, viajar, moverse, seguir recto hacia el fin, hasta que termine ese momento.

Volveré la vista en ese momento, una vez llegado al destino, soñaré que he vuelto a ser embajador del viento. Deslizándome por el asfalto por un placer secreto, que la vida me ofrece como ser incierto, de vida nómada, de “culo” inquieto, de “el que se queda encerrado, ese sí está muerto”.

Quiero acabar de explicarlo, pero no puedo y dejarlo así es un reto. Para quien lo lea y no sea indiscreto; y encima, sí ha rodado sabe por los caminos que me meto.

Dejar a medias un manifiesto… no ser formal por un momento, más quien lo quiere ser cuando no hay fundamento, y las alas que llevaba eran de cemento y las cadenas de oxidado hierro viejo.

Ser libre es incierto, pues a todo se halla supeditado desde el mísero átomo más pequeño, al rapaz más inquieto.

Buscando libertad me hallo preso, en un mundo que no es el mío, en un mundo negro… lleno de mezquindad, envidia y celos.

Solo me queda la sensación de sentirme vivo, cuando giro una llave en sentido diestro y un rugido me premia en el tímpano, curioso efecto.

Respiro inquieto… hasta cuando seguirá esto…me siento incompleto…no quiero seguir ese juego: miel en los labios y en el bolsillo un agujero… veo marcharse todas mis ganancias dulcemente. Y yo sigo quieto. Se marchan amigos… se marchan sueños y momentos y mi juventud con ellos.

Impasible junto al espejo.

Metal y cuero, eso es lo que he elegido; tal vez ese sea mi infierno.

El papel perfumado y las flores se esfumaron con el dinero, tornándose en sucios objetos aderezados, con la ira de un desencuentro, los pecados vienen a mi encuentro.

Respirar es un sueño en estos momentos…. respiremos un lapso al gris poniente en atardecer de ensueño.

Aire fresco y no del traicionero viento, que algún día esparza mi cuerpo en formas de ceniza por el mundo yermo.

Dejaré de pensar, viviendo en un tiesto dejando pasar a docenas los momentos, momentos y recuerdos de eso un rato entiendo.

Al rato vuelvo, al rato pienso y respiro tenso. No sé qué me pasa me rompo por dentro, quisiera hacerlo y volver a juntarme como de regreso; ir y venir todo a un tiempo.

Si acudiese al mar sería lo fácil, pero es el asfalto quien me tiene preso.

Un poema no entrañaría riesgos, pero negro y gris corren por mis adentros. Como explicar que si me voy no vuelvo, y si vuelvo no lo cuento.

Dificultad de vida la del nómada, sin un ápice de comprensión por parte de sus hermanos sedentarios.

Foto de Eskil Bjerkestrand en Pexels

1 comentario sobre «La dichosa pregunta y un manifiesto.»

  1. Amparo dice:

    ¡Holaaaa!
    Mientras leo «Resurrecta», de Vic Echegoyen, busco un descanso a la tensión que genera tanto terremoto.
    Lleno el recreo entrando en tu blog. Me encuentro con un relato reflexivo y me identifico con todas y cada una de las palabras.
    También soy de las que abandona, porque lo de ser capitán lo dejo para la gente que necesita engordar su ego.
    Enhorabuena.

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