*En el mundo motorista hay dos tipos de personas que lo pueblan a saber: los que se han caído y los que se van a caer, eso al menos reza en un dicho que es bastante popular. yo he ido al suelo varias veces… no muchas ni pocas, las que me han tocado.
Otro hubiera escrito me di una toña, hostia, leche golpe, leñazo, chafe, talegazo, siniestro, accidente sin mas; pero yo mitad cansino, mitad tirillas con acceso las teclas le añado mas detalles (que no son mentira) y me queda un texto «regulero».
No faltaba mucho para la hora de comer y llegaba a tiempo, la mañana había sido productiva: varias visitas relacionadas con lo que estaba “montando”.
Parado en el semáforo esperando la luz verde a cinco minutos de casa, por una vez estaba alegre tras mucho tiempo todo me había salido a pedir de boca.
Fue un mes escaso antes, abatido por un desafortunado desastre amoroso y estando en el pueblo con ganas de que me tragara la tierra, metido en un cuarto acompañado de un cuaderno para dibujar o escribir lo que se me pasaba por la cabeza, algún libro, tres o cuatro cintas de cassette para dar de comer al walkman este hacía que la duración de pilas hacían junto a la escasez por adquirirlas, también obligaba a que fuese la radio que llevaba el “trasto” aquel quien me acompañase con más frecuencia en mí reclusión voluntaria.
Aquello iba como la seda para mí reclusión voluntaria solamente salía de aquel cuarto para ingerir comida y no siempre, no quería tampoco ser el blanco de apariciones de familiares y amigos, vamos que quería estar sólo y en paz.
Aquella casa siempre era un cúmulo de visitas y yo por suerte la mayoría de veces me escapaba por la puerta trasera al menor indicio de llegada de gente. Afortunadamente existe una.
Hasta que un día a la hora de la siesta escuché un claxon y tras pensar que la que estaba dando el tío de los melones a aquellas horas, valoré salir a mandarlo a dónde “Roque mandó a las espigaoras”, pero la parte dominante del cerebro dijo: —¡Déjalo estar majadero, aquí estás bien!—y eso hice.
Al rato golpe en la puerta.
— ¡Ramoncete (así me llama mi madre hasta hoy en día), hijo está ahí fuera tu primo Antonio con la furgoneta y dice que salgas, que sí le acompañas que no se dónde dice que va!—no me pude negar… golpe bajo, me puso entre la espada y la pared.
Me arreglé lo justo, y salí a la calle atravesando el patio dándome la sensación de que sol aquel me iba a desintegrar cual vampiro trasnochado. Cuando llegué el tipo estaba allí con esa sonrisa eterna y extraña que únicamente se la he visto a él. Era imposible no sucumbir…
— ¡Sube, vámonos, Ramocha! —únicamente me llama él así.
Con pocas ganas me subí al vehículo y, para variar, haciendo cosas por obligación. Recuerdo contemplar todos aquellos “objetos” singulares que vivían en el salpicadero rebozados con una patina de polvo.
— ¿Dónde vamos?— pregunté con la misma alegría que sí tuviera un disparo en el estómago.
Con la contestación de ahora verás como única respuesta me tuve que contentar. Diez minutos después estábamos cada uno con sendos sacos de yute agachados bajo unas encinas a las afueras del pueblo cogiendo bellotas del suelo.
Me decía que solamente le interesaban las más gordas. Y tras preguntarle que aquello para que era, que yo sabía que aquellos árboles no eran suyos, si no nos íbamos a meter en algún lío, me tranquilizó con alguna escusa llena de razón y seguimos con la tarea llenando 5 o 6 sacos y cuando me devolvió a casa me contó que aquello que recogíamos del suelo era para plantarlo con el fin de reforestar monte, seguidamente me propuso montar un vivero forestal cosa que accedí de inmediato; estaba en paro entonces.
El rato que estuve agachado hizo que mí depresión se quedara allí dónde cogía cada fruto de la tierra. Tal vez fue el rato de tranquilidad sin ruidos en el campo lo que la calmó o el hecho de hacer algo.
Vamos a lo que vamos…
Verde, embrago meto primera, segunda y tercera, continuo por aquella vieja carretera de dos sentidos… no sé porqué he tirado recto (y nunca lo sabré) pero lo hice en vez de doblar a la derecha y entrar por el lugar natural hasta casa.
Iba pensando en el encargo de las semillas certificadas de Pino Pinaster que nos costaron más de 50.000 de las antiguas pesetas compradas a ICONA y que resultó ser un saquito de piñones (eso sí certificados) y un volquete de una turba especial para la siembra, así cómo unas bolsas de plástico para envasar la futura planta (esto último no fue una buena idea, los contenedores tipo huevera de plástico eran más apropiados).
Todo esto gestionado aquí en mí ciudad por mí. Estaba alegre habíamos montado un vivero forestal.
Y así iba de distraído que llegué unos metros más adelante y un Barreiros de color naranja detenido en medio de la calzada sobre parte de ambos carriles y que llevaba la misma dirección, el cual no me di cuenta de donde salió, no vi intermitentes pensé que giraría a la izquierda a unas naves que habían allí por un segundo mí instinto me hizo rebasarlo por la derecha en el momento que la mole giró también a la derecha.
— ¡Hostia!—alcancé a gritar.
…y la Yamaha Virago XV535 impactó contra la rueda trasera y mí rodilla izquierda contra el guardabarros de la misma, la mano del mismo lado impactó con la base de la caja, también me pregunto como no me la amputó a la altura de los nudillos, y la manera de que me arrancó el viejo reloj Citizen que encontraron días después unos amigos en la cuneta.
Bajó el camionero blasfemando y yo retorciéndome en el suelo de dolor se arrimó a decirme algo y su aliento apestaba a alcohol, al rato llegó la policía local, los llamó el Range Rover de detrás llevaba un teléfono móvil (parecía una maleta) afortunadamente en aquella época no se veían muchos y yo fue el primero que vi.
Le dije al agente que le hicieran alguna prueba al chófer aquel y me dijo que me callara, que no vería un duro del seguro sí realmente conducía ebrio.
La ambulancia del SAMU apareció instantes después, me sacaron el casco al ver que no llevé golpe en la cabeza y tras meterme en ella tumbado en la camilla, una simpática doctora me cortó a lo largo mis pantalones Levis que luego mí madre conseguiría remendar.
Todavía recuerdo como se clavaban en mí las miradas de la gente desde la camilla al entrar la estancia de urgencias del hospital.
Aquella fractura de rodilla me ha condicionado bastante la vida, lo primero: el vivero forestal se fue al garete.
Y otras circunstancias negativas que han ido sumándose…
Por cierto fue el primer accidente serio en moto, que me hizo ser un poco más prudente, creo.
Otro día contaré como fue que subí por primera vez en helicóptero gracias la segunda colisión, pero eso ya otra historia.